martes, 14 de enero de 2014

LAS MARCAS SON PURA FANTASÍA


Los seres humanos tenemos sentimientos y la función primordial del aparato sentimental es vincularnos con los objetos que precisamos para vivir y sobre vivir. El caso es que, en muchas ocasiones, el aparato sentimental nos vincula con los objetos que precisamos, pero, a través de las marcas. ¿Cómo sucede este fenómeno? para relacionarse con las marcas, el consumidor aplica dos procesos, uno cognitivo, donde necesita conocer las opciones existentes, y otro desiderativo donde necesita desear entre las opciones que conoce. Cuando una persona elige se entrevé una relación afectiva preferencial detonada por lo que la marca representa, más que, por lo que ella es.
Para que una persona se aproxime y elija una marca, necesita tener información previa de ella, requiere tener alimentada la memoria asociativa, que le nutre de un mapa mental que funciona a manera de asociación de ideas. Así una marca está obligada a investigar y a conocer rigurosamente a su mercado, por la sencilla razón de que debe lograr que la persona se identifique a través de lo que percibe de la marca, pues generalmente, un consumidor percibe de la realidad comercial sólo aquello que le interesa. Esto significa que el mercado se aproxima a la realidad de las marcas con una teoría previa sobre ellas, construida más en la connotación (lo que se dice o se cree de ellas) que en la denotación (lo que en realidad son). Así un consumidor sale al encuentro con las marcas <creyendo que> algunas le gustarán y otras no.
La vinculación afectiva que la persona establece con los productos o servicios, no se establece directamente con los objetos de las marcas (con lo que denotan o son) sino con las imágenes que el sujeto se ha (o le han) construido de las marcas a través de la mercadotecnia, así la imagen o lo que el mercado alcanza a imaginar de una marca pertenece más al mundo de la ilusión que al de la realidad, entonces, la vinculación afectiva se establece en lo que la marca connota o predica de ella misma. De esta forma las marcas adquieren lealtad o rechazo no por lo que en realidad son, sino por lo que el individuo se ha construido en la mente y bajo este mecanismo la marca se vuelve una parte de él, le pertenece al menos a manera de fantasía y, las fantasías son parte del individuo y le pertenecen. La marca equivale a la fantasía que nos hemos construido sobre ella, y si esta experiencia además de fantasiosa es positiva, atractiva, emocionante o aspiracional, entonces el consumidor tratará de atraer hacia sí todos los objetos que pertenezcan a esa marca, porque habrá establecido una vinculación afectiva con ella. Las marcas por las que la persona siente algo dejan de ser indiferentes, así los sentimientos funcionan como instrumentos bajo los cuales el sujeto se interesa por la realidad y termina impregnando a las marcas con sus afectos y emociones, no al revés.

Obviamente nuestro aparato sentimental también construye vinculaciones aversivas que suponen el rechazo de la marca con sus objetos incluidos y, mediante la conducta, el individuo pretende apartarse del objeto o marca despreciada y mantenerlo alejado, porque su presencia, perturba el hábitat confortable, aunque el rechazo es otra poderosa forma de vincularse con las marcas. El universo de las marcas propone a las personas construir su realidad a través de un proceso doble que incluye marcas de aceptación y exclusión. Esta realidad entra en tensión cuando la persona no puede evitar marcas odiadas, por ser las que tiene a su alcance económico por ejemplo o cuando ama objetos de marcas que no puede poseer.

Jorge Torres

martes, 23 de julio de 2013

CÓMO SE CONSTRUYE UNA MARCA FUERTE



Más allá de lo que indican los principios básicos del Branding que implica comprender las necesidades  y deseos de los clientes y las organizaciones; y diseñar productos y programas para satisfacerlos, la premisa básica consiste en reconocer que, el poder de una marca depende de lo que los consumidores han visto, escuchado, sentido y, por tanto, aprendido de ella, es decir, depende de la actividad de la marca y de las experiencias previas que cada persona tiene con ella. 
 
El poder de una marca, es un imaginario, por lo que, depende de lo que haya en la mente del consumidor, entonces el reto para construir una marca fuerte, consiste en entregar a la gente un grupo de experiencias correctas y congruentes para garantizar que los pensamientos, sentimientos, imágenes, creencias, precepciones y opiniones detonadas por ella, estén alineadas con la marca y con los intereses de sus consumidores.

Cada vez que un consumidor requiere satisfacer una necesidad, aparecerá en su mente un menú de opciones para satisfacer tal necesidad, sin embargo, la mente le arrojará información de calidad sobre cada opción, con el fin de que la persona pueda deliberar y encontrar la mejor opción. Esta batalla mental, la ganará la marca que haya nutrido la mente del consumidor con la mejor información, es aquí, donde se afirma que, en la mente de los consumidores aparece el “efecto diferencial” que consiste en la capacidad que tienen las marcas para diferenciarse entre ellas, de forma tal que una persona pueda reconocer una marca entre las demás por lo que la hace diferente, exclusiva, más que por las similitudes. Este <efecto diferencial> sucede gracias a lo que los psicólogos llaman memoria asociativa, misma que, al momento de deliberar, qué marca comprar, envía al menos 4 tipos de información: verbal, visual, abstracta y contextual. Entonces, la marca que mejor haya manejado estos 4 tipos de información habrá alimentado mejor la memoria asociativa de los consumidores y tendrá mayores probabilidades de ganar la elección.
En esto consiste el conocimiento y el valor de marca, en lograr colocar nodos de información que aparezcan en la mente a manera de mapa mental. Siguiendo este concepto, es posible afirmar que una marca fuerte cuenta se encuentra bien sostenida de, al menos, dos elementos: conciencia de marca e imagen de marca.

CONCIENCIA DE MARCA.

Se refiere a la fuerza  con la que (a manera de huella) aparece la marca en la memoria, situación que se puede medir o verificar en la capacidad que tiene el consumidor para identificar una marca en diferentes condiciones. En otras palabras, consiste en la fuerza con la que una persona puede reconocer una marca (en el punto de venta) entre varias opciones y recordarla (lejos del punto de venta) cuando aparece la necesidad. La conciencia de marca de “Snickers” por ejemplo dependerá de la capacidad de los consumidores para recuperarla de su memoria cuando piensen en la categoría chocolates o cuando estén en la necesidad de cubrir un antojo o tomar una colación. La conciencia de marca de snickers probará su fuerza si el consumidor además es capaz de escanear un aparador (donde se resuelven muchas decisiones de compra) y reconocer de inmediato el envase y logotipo del producto para seleccionarlo con rapidez.

La conciencia de marca, es la que nos permite reconocerla sin ser mencionada, a través de pequeñas pistas o señales, como un trozo de la etiqueta, un pedazo del envase, un color prototípico, una palabra, una situación etc.

La conciencia de marca, es entonces una estrategia crítica porque debe lograr que el reconocimiento sea fuerte en el punto de venta pero el recuerdo sea el que funcione lejos del punto de venta, anticipando que, la mente es más proclive a reconocer una marca que a recordarla.

¿Qué ventajas arroja la conciencia de marca?

a. Ventajas de aprendizaje. El consumidor aprende cosas o ideas relevantes sobre una marca, que le hacen recordarla y reconocerla por encima de otras como una opción interesante.
 
b. Ventajas de consideración. La conciencia de marca eleva la probabilidad de que ésta sea parte del selecto grupo de marcas consideradas como opción y que, por tanto,  reciben una seria estimación de compra, pues los consumidores, pocas veces son leales a una sola marca. Aquí se logra, al mismo tiempo, que sea menos probable que otras marcas se tomen en cuenta o se recuerden, es decir, debilita a la competencia.

c.  Ventaja de elección. Es una conclusión de los dos puntos anteriores. Una marca que detona ideas fuertes, que es reconocida y recordada ganará la elección del consumidor entre el selecto grupo de marcas consideradas, entre otras cosas porque los consumidores han adoptado la regla de adquirir sólo las marcas conocidas y bien establecidas.

¿Cómo se crea la conciencia de marca?
Si conciencia de marca significa aumentar la familiaridad con ésta, a través de la exposición repetida (más efectivo para el reconocimiento que para el recuerdo) entonces, cuanto más experimente el cliente la marca, más probable será que la registre con mayor intensidad en la memoria. Por tanto, la conciencia de marca opera a través de: nombre de marca, logotipos, colores, envases, etiquetas, frases comerciales, slogan, jingles o personajes y figuras públicas. Todo esto requiere de adecuada exposición frente al mercado a través de los medios, combinando adecuadamente: alcance (llegar al mercado ideal y potencial) frecuencia (muchas ocasiones de exposición a través de varios medios) y continuidad (tiempos importantes de exposición). Repita para recordar, sólo debe saber con precisión, qué repetir, cómo, dónde, a quién, cuántas veces y durante cuánto tiempo.

IMAGEN DE MARCA.
Consiste en las percepciones que los consumidores tienen de la marca, situación que se refleja en el número y tipo de asociaciones que la memoria puede establecer con una marca. En otras palabras, todas las ideas, palabras o imágenes que le aparecen en la mente cuando ve una marca, constituyen su imagen.

Crear una imagen positiva implica incorporar a la memoria asociativa asociaciones fuertes, únicas, singulares y favorables con ella, destacando que, lo que más importa, de las asociaciones mentales que una marca detona en la mente es su singularidad y fortaleza. Estas asociaciones que constituyen la imagen de marca pueden ser construidas por dos vías:
a. por experiencia indirecta: toda la información que obtengo de la marca a través de su actividad, a través de los medios de comunicación pero sin probarla físicamente. Puede emerger también a través de lo que la gente transmite o comparte en el famoso “boca a boca”. Aparece también en patrocinios, marketing electrónico y BTL.

b. Por experiencia directa:  toda la información que obtengo de la marca experimentando  las características de sus productos y servicios, tocando sus virtudes, sus beneficios, sintiendo lo que resuelve, el estilo con el que lo hace y lo que la hace diferente a las demás. Esta experiencia directa emerge en el punto de venta a través de la ambientación, los aromas, los sabores, las texturas, los sonidos, el trato, el servicio post-venta, las garantías de calidad, el compromiso de prestación, el status social que representa; en resumen el placer y satisfacción que resulta su consumo. También puede emerger en stands, ferias, muestras gratis, catas o degustaciones, pruebas de manejo, etc.

Debido a que, por experiencia indirecta, la gente se entera del valor de marca pero a través de la experiencia directa la toca, es que, la imagen de marca adquiere fuerza y arraigo a través de la experiencia directa, la indirecta crea asociaciones más débiles pero contribuye muy bien a la conciencia de marca.
La fuerza de la imagen de marca.
La fuerza de la imagen de marca está relacionada a la fuerza de las asociaciones mentales que detona. Cuanto más profundo sea el pensamiento de una persona  en relación con la información de un producto o servicio y cuanto más lo vincule con un conocimiento existente de marca, más fuertes serán las asociaciones resultantes. Los tres factores que más fuerza imprimen en la imagen de marca son:
a.  La relevancia de la experiencia, de aquello  que la marca nos hizo vivir, sentir o experimentar de forma positiva.

b. La capacidad de estimular y relacionarse con nuestros cinco sentidos y,
 
c.  La congruencia y la consistencia de esas experiencias, esto es, que no suscite vivencias contradictorias ni en la diversidad de contactos, ni en lo largo del tiempo.
 
La imagen de marca también adquiere fuerza de su exclusividad, para ello, es indispensable que la imagen sea singular, diferente a las demás opciones disponibles en el mercado, es requisito que la marca detone ideas y se relacione con asociaciones que no logran las demás, para ello, es fundamental un conocimiento, no básico, sino riguroso de los propios productos y servicios, de los propios límites y alcances, de los consumidores y de la competencia.  Esto permitirá encontrar dónde radica el valor de nuestra marca para hacerla deseable. La deseabilidad de una marca depende de tres factores: qué tan relevante, distintiva y creíble es para los consumidores las asociaciones de la marca. Se trata de cubrir la expectativa que nosotros mismos generamos. Qué posibilidades reales de cumplimiento tenemos: la capacidad de desempeño y de mantenerlo a lo largo del tiempo.
Salida.
El valor de una marca sucede cuando el mercado tiene un alto nivel de conciencia y reconocimiento o familiaridad con la marca y si conserva asociaciones fuertes, favorables y únicas en la memoria. En ocasiones, la sola conciencia de marca es suficiente para crear una respuesta favorable. En decisiones de bajo nivel de relevancia, los consumidores están dispuestos a basar su elección en la simple familiaridad. En la mayoría de los casos la fortaleza, singularidad y lo favorable y positivo de las asociaciones de marca, desempeñan una función crucial.

Por tanto, para tener una marca fuerte, es urgente convencer a los consumidores de que existen diferencias importantes entre las marcas, que no todas las que compiten dentro de una categoría son iguales. Establecer una imagen positiva en la memoria  del consumidor implica esfuerzos críticos que van más allá de lanzar mensajes publicitarias o poner en oferta los productos. Es fundamental que el mercado tenga un imaginario pertinente gracias a que pudo tocar con los cinco sentidos las características y los beneficios que distinguen a la marca, qué esta tiene ocasión de encuentro con él a través de diferentes medios y en repetidas ocasiones pero siempre con experiencias relevantes, congruentes y consistentes a lo largo del tiempo.

Autor de apoyo: Kevin Lane Keller.

martes, 10 de enero de 2012

CUANDO ELEGIMOS UNA MARCA NOS PROYECTAMOS Y CONFIRMAMOS QUIENES SOMOS O QUIENES QUEREMOS SER.

¿Por qué deseamos las marcas y somos selectivos con ellas?

Los procesos de deseo y selección inician en la primera infancia. Desde el nacimiento, el individuo dotado de 2 importantes reflejos: el de prender y el de succionar, divide los objetos de la realidad en dos conjuntos: a) los que puede poseer y b) los que no puede poseer. No es necesario que al nacer hagamos una preliminar taxonomía entre objetos deseados que quiero tener y objetos odiados que quiero repeler, porque ambos son en sí interesantes.

Posteriormente seleccionamos entre los objetos que deseamos retener y los que deseamos rechazar, así es como nuestro sistema ha procedido a una rudimentaria organización de la realidad en virtud de un preliminar proceso cognitivo básico: saber que el objeto existe para su prensión, y una vez poseído, se quiere retenerlo o rechazarlo. Lo interesante es que los objetos que no deseamos <no existen> como componentes de un mundo simbólico.

Como puede deducirse, los objetos son adoptados y valorados por el sujeto que se sitúa a sí mismo en una posición central desde la que obtiene la única perspectiva posible del entorno. Y de entre todos los objetos hay uno por el que el individuo se interesará de manera constante y privilegiada: él mismo, incluido el propio cuerpo: la mayor prueba está en que la persona pospone todos los objetos a él, los supedita a él, y al mismo tiempo, él como objeto se adjudica el centro, desde el que contempla todo el entorno.

Es así como todos los individuos, apenas nacemos, vinimos dotados de un programa de selección egoísta y de una perspectiva egocéntrica de la realidad, donde todo es para la satisfacción de mis deseos. La selección egoísta concierne al sistema afectivo-emocional y la perspectiva egocéntrica al sistema cognitivo. Ambos convergen para dotar al individuo de una consideración subjetiva del entorno. El hombre es el centro cognitivo-emocional de <su> universo.

Este programa de selección egoísta y de perspectiva egocéntrica con el que todos los individuos estamos dotados, opera dentro de nuestro comportamiento como consumidores y actúa también en la categorización mental que hacemos de las marcas y las consecuencias son las siguientes:

1.        La subordinación de las marcas. Cada sujeto (consumidor) establece un orden en el contexto comercial que le rodea haciendo a los objetos a través de las marcas <suyos> y <no suyos> y de entre los primeros (suyos); aceptables y no aceptables. El sujeto en tanto consumidor se rige por este método preferencial y por distintos que sean los objetos y las marcas, su característica esencial es que agraden o no agraden. Este método constituye la lógica por la que se rige el sistema afectivo-sentimental.

2.        La ordenación de los objetos y las marcas. Ordenar los objetos y las marcas según nuestras preferencias y contrapreferencias  implica una orientación valorativa (axiológica) de las marcas y los objetos que componen la oferta comercial. La orientación egoísta y preferencial del consumidor es bipolar y se rige por la ley del todo o nada esta ley se presenta en la mente del consumidor mediante la forma lógica de disyunción excluyente “o la marca A o la marca B”. Del mismo modo que deseamos y elegimos algunas marcas, pero en sentido opuesto rechazamos y odiamos otras. El odio por determinadas marcas también es maximalista.

3.        La construcción del hábitat simbólico. Desde la posición central que el sujeto ocupa en su propia realidad manipula sus preferencias y contrapreferencias. De este modo, dentro de su propio entorno, cada consumidor construye su hábitat simbólico su universo particular de marcas que le presenten la vida más justa, más confortable, más exitosa, más segura, más soportable, etc.

4.        La construcción de un orden dentro de la masa. El sujeto se ha construido un hábitat simbólico de marcas y objetos desde su posición egoísta con una ordenación personal, pero también en favor de un sujeto plural que es el colectivo o grupo social al que desea pertenecer. Es aquí cuando el individuo aspira a pertenecer a determinado grupo o clase social que, ahora en lo colectivo, se sigue nutriendo de satisfacciones compartidas, en tanto colectivas se ve obligado a sacrificar algunos elementos egoístas o del orden personal, en aras de jugar y respetar las reglas que le impone un grupo o clase social como requisito indispensable para poder pertenecer. Es el momento en el que, como explicaría Bordieu, el individuo reconoce distintos espacios (no clases) sociales, observa sus reglas de juego y aspira o decide pertenecer a alguno de estos grupos jugando o respetando las reglas que el grupo le impone como condición indispensable.

5.        La distorsión de la realidad. Las ventajas que supone la perspectiva egocéntrica y egoísta tienen un reverso, una cara negativa que es la inevitable distorsión de la realidad. El problema del consumidor como individuo y del mercado como colectivo es que, desde ningún punto de vista la realidad se aparece como tal, sino como le parece y la desea así, la realidad es la suya. El conflicto está en que, por un lado, en la relación sujeto-objeto, el objeto es como el consumidor lo imagina y por otro, el objeto es. Al final la realidad del objeto se impone a lo que el consumidor imaginaba y nota que no puede manipular esa realidad a su antojo dando lugar a la gran frustración que hereda el consumismo que de forma viciosa lleva una y otra vez al consumidor a tratar de encontrar en los productos y las marcas un satisfactor definitivo, sin darse cuenta que su comportamiento de consumo es movido más por una situación imaginada, más que por una situación real, poniendo en conflicto las posibilidades adaptativas del sujeto. La perversión de las marcas consiste en que, a través de la publicidad anulan en el individuo la oposición ser-parecer y el consumidor, ingenuamente cree que lo que parece, es. Este error lógico se vuelve habitual y lo podemos verificar al notar como se incrusta en el habla de las personas. 

¿Por qué es posible que la publicidad anule, en seres racionales, la distinción entre lo que es y lo que parece?

Porque el consumidor no se da cuenta que los discursos publicitarios no son verdaderos sino verosímiles y que al interpretar subjetivamente cada anuncio publicitario, traspone el parecer al ser, y con ello, el individuo se proyecta. La proyección explica la forma que adopta la relación del consumidor con las marcas y provoca problemas de comunicación como: malos entendidos, prejuicios, sobre-entendidos, etc.

En la proyección parte del sujeto consumidor se adhiere (virtualmente) a parte del objeto y de la marca, y por decirlo de alguna manera, coloca parte de la imagen de él mismo en el objeto o la marca. Mediante la proyección el sujeto <descubre> en el objeto y en la marca, no lo bueno y lo malo que tienen y son en realidad, sino lo bueno y lo malo que le interesa ver, es así como va construyendo un universo de marcas por las que se siente fascinado, las desea y quiere retenerlas como de marcas por las que se no se siente fascinado, las odia y quiere alejarlas. Por ejemplo: “A” se siente atraído por la marca “B”. “A” proyecta en la marca “B” determinados atributos que le confirman las razones de su atracción por la marca “B”. Puesto que los atributos de la marca “B” no son propios sino imágenes formadas y atribuidas por “A”, eso significa que parte de “A” ha sido traspasado (proyectado) a la marca “B”. Es así como “A” se ha identificado con la marca “B”, pero la identificación es consecuencia de la proyección por lo que pueden darse dos formas de identificación: positiva en la que se traspasan o proyectan todos los atributos que realzan el valor de la marca y el objeto; y la negativa en la que los atributos transferidos o proyectados deprecian el valor de la marca y el objeto. Obviamente en la proyección hay un componente de ilusión y alucinación porque las partes de “A” que pasan a la marca “B” no son reconocidas por “A” como suyas, sino como de la marca “B”. Para “A” son predicados de la marca “B” y no atribuciones hechas por “A” hacia la marca “B”. Luego, hay una parte de “A” idéntica en la marca “B”, por lo que a “A” le fascina la marca “B” y no se da cuenta de que el parecer ha sido transformado en el ser.

En esquema el proceso sería así:

1.        “A” adora la marca “B”
2.        “A” atribuye propiedades que hacen razonable su amor por la marca “B”
3.        Partes de “A” han sido traspasadas o proyectadas a la marca “B”
4.        Ahora “A” es = a la marca “B” y lo podemos reconocer en declaraciones como: esa marca es para mí, esa marca es como yo, me merezco esa marca, me identifico con esa marca, me gusta lo que hace esa marca, etc.

El dilema entre ser y parecer no se resuelve en el nivel psicológico porque no tenemos acceso a la intimidad de las marcas o de los objetos, incluso su realidad nos llega sesgada a través de las imágenes que nos construimos sobre las marcas. El individuo como consumidor se mueve en un universo subjetivo que afecta incluso sus procesos cognitivos (los artículos de la marca “B” me parecen de mejor tamaño, más sabrosos, más frescos, con mejor aroma, etc.) en virtud de la posición egocéntrica y de la manera en que proyecta atributos propios en los artículos de la marca. De esta manera emergen los sentimientos del consumidor (también proyectados) por una marca y equivalen a conferirle valor (atribuido), el famoso valor de marca. En la relación del consumidor con las marcas importan más los atributos proyectados que los predicados, es decir, importa más lo que parece que lo que realmente es; importa más la probable satisfacción del deseo que promete la marca que la realidad. El valor de marca consiste entonces, en la atribución de <nuestros> valores en la marca. El valor de marca equivale a una serie de atributos que pueden ser positivos o negativos pero nunca neutros. Es común entonces que el consumidor evalúe el valor de una marca mediante pares de adjetivos bueno/malo, bello/feo, elegante/vulgar, sobrio/desmedido, etc. Los sentimientos y valores son siempre bipolares incluso en las marcas, lo que no impide que un consumidor ubique a las  marcas más o menos apartadas de los extremos, pero esta matización no se hace sin esfuerzo, la tendencia del ser humano es a la bipolarización extrema porque es simplificadora, los matices complican.

El valor de marca es una apreciación cognitivo-evaluativa del sentimiento que detonan. Por eso, no hay valor de marca sin artículos que evaluar. El valor de marca no se define en el vacío, al margen de sus artículos o servicios, como tampoco hay valores que no deriven en un sentimiento, por esto es que el valor de marca deriva sentimientos y éstos derivan deseo de compra. El deseo de compra está en la base del sentimiento que nos provoca la marca a través de sus productos o servicios y de este sentimiento emerge el valor de la marca. El consumidor suele creer que el valor de marca es independiente, que vale por si misma, que la marca es valiosa haga lo que haga o incluso sin hacer nada, pero esta independencia es una falacia. No hay valores en abstracto y eso incluye al valor de marca. No hay valores ni sentimientos positivos o negativos más que a la hora de la aplicación concreta a un producto o servicio y en un contexto determinado. Se equivoca quien habla, en abstracto del amor como positivo y del odio como negativo. Así como hay amores que matan y odios que salvan; existen marcas amadas que frustran y marcas odiadas que rescatan algo o a alguien. 

Una marca es valiosa si satisface una apetencia sin que tal satisfacción implique la frustración de una apetencia igual o más importante. He señalado que el valor de marca se expresa a través de pares de adjetivos evaluativos bipolares (bueno/malo, bello/feo) pues bien, estos juicios de valor son la expresión del deseo. Existe una dependencia entre lo bueno y lo deseado. Lo bueno está en una dependencia directa de lo deseado por mí y no en una cualidad propia del producto o servicio. Un consumidor que desea economía sobre lujo puede valorar como bueno un hotel de dos estrellas, no así, para un consumidor que valorará mejor un hotel 5 estrellas porque desea lujo por encima de economía. Como el sujeto consumidor construye un repertorio de bipolaridades que aplica a los productos o servicios disponibles en el mercado se infiere, que si un determinado valor es considerado positivo, el opuesto ha de ser negativo, por tanto, para el consumidor que desea economía sobre lujo considera buena la opción de un hotel dos estrellas y como opuesta y por tanto, negativa la opción de un hotel cinco estrellas. Así la economía es juzgada positiva y el lujo como negativo, pero en el contexto del consumidor que busca lujo por encima de economía considerará buena la opción del hotel cinco estrellas y opuesta y por tanto negativa la opción dos estrellas porque juzga positivamente al lujo y negativamente a la economía por carecer de lujos. El primer sujeto considera el lujo como perjudicial pero el segundo no.
En la medida en que determinados valores pueden ser socialmente consensuados, una tabla de valores compartida supone un código y un punto de referencia que favorece la formación de grupos sociales y la interacción entre sus miembros. Si la tabla de valores cumple el cometido de orientar al sujeto en sus actuaciones consigo mismo y con los demás integrantes del grupo o clase social, los valores de referencia se aplican concretamente a las distintas áreas del sujeto y le permiten entrar en el juego de las relaciones de intercambio como apuntaba Lévy-Strauss. Entonces es altamente probable que el consumidor que juzga bueno para él, el lujo de un hotel y lo valora encima de la economía utilice este juicio de valor como un punto de referencia que oriente sus actuaciones en distintas áreas y sean a la vez un referente de actuación para interactuar con otros miembros del grupo social con el que se identifica.

La organización axiológica de la realidad, o dicho de otro modo, el conjunto de valores de cada uno es de suma importancia, pero inadvertida para el consumidor. Suele ser estable y rígida pero sirve para moverse en el mundo sabiendo qué valores adjudicar a cada marca, a cada objeto, a cada persona, por lo que toda desestabilización de la tabla axiológica o del conjunto de valores supone una catástrofe que se agrava según la edad, el nivel educativo, el sexo y la posición económica.

Organizar la realidad a partir de un conjunto de valores permite al individuo consumidor una orientación sobre la elección de marcas para la interacción con el comercio. Un consumidor o un mercado suele escoger aquellas marcas que le gratifican y aleja aquellas que le desagradan. Una tabla o conjunto de valores equivale a un mapa personal en el que un consumidor destaca sus marcas preferidas de las no preferidas. Con independencia de que muchos valores sean compartidos por el colectivo de un mercado, la tabla axiológica o de valores es personal, propia, singular y en el detalle es irrepetible. Este repertorio de sentimientos y valores se mueve en la bipolaridad rigidez/flexibilidad abre un dilema ¿debe mantenerse la tabla de valores en cualquier contexto? O ¿debe acomodarse la tabla de valores al contexto? El mayor número de evidencias apunta a la necesidad de aplicar tablas de valores distintas según los contextos y los roles que se han de desempeñar en ellos. Así, es probable que el consumidor que en su tabla de valores privilegiaba la opción de un hotel cinco estrellas por valorar mejor el lujo que la economía no aplique el mismo criterio cuando tenga que elegir qué marca de papel higiénico comprar, a reserva de que entre en riesgo el rol que ha decidido desempeñar.
La funcionalidad de una tabla de valores constituye el laborioso y contradictorio sistema de la vida afectiva de las personas. En un consumidor la tabla de valores actúa como una plantilla, o más gratificante, como un espejo que le devuelve una imagen de quién es él tras cada compra, tras cada elección de marcas que a su vez le proporciona un sentimiento de placer o displacer, de satisfacción o frustración, de éxito o fracaso, por ello elegir una marca no es sólo una simple elección, es una proyección donde el individuo obtiene retroalimentación y confirmación de quién es o de quien quiere ser o al menos así lo cree.

Jorge Torres Ríos

Bibliografía: Teoría de los sentimientos de Carlos castilla del Pino.